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Una cabaña paleolítica intacta cerca de Santander muestra cómo vivían sus ocupantes hace 16.800 años

«Como entrar en un tipi indio y encontrarlo todo como lo han dejado». Carlos García Noriega es uno de los investigadores que, durante 18 meses, cuatro horas tres días a la semana, se han adentrado en la cueva de La Garma, a solo 11 km de Santander, para documentar, pieza por pieza y con el máximo cuidado para no alterar nada, algo extraordinario. Se trata de una cabaña de hace 16.800 años, una de las viviendas paleolíticas mejor conservadas del mundo.

La construcción oval de unos 5 metros cuadrados, delimitada por bloques de piedras y estalagmitas y fijada al suelo por una estructura de palos y pieles apoyada contra una cornisa de la pared, supone una ‘foto fija’ de la vida cotidiana de sus habitantes. Como si se hubiera parado el tiempo, en el suelo se han encontrado 4.614 objetos, entre ellos una falange de uro perforada con la representación grabada del animal y de una cara humana. Quienes allí se recogieron no solo comían y fabricaban herramientas en un refugio más cálido, sino que también creaban ornamentos y piezas ‘artísticas’, un comportamiento simbólico que va más allá de la simple subsistencia. Y puede incluso que disfrutaran de relatos, bailes y canciones. «Con toda seguridad era un lugar lleno de vida y animación», afirma Roberto Ontañón, codirector del yacimiento y director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC), en la presentación de las investigaciones este jueves en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) en Madrid.

El bloqueo de la entrada por un derrumbe a finales de la última glaciación permitió que La Garma conservara completamente intacto su interior. En una superficie de 300 metros se conserva un fantástico conjunto de arte parietal y, sobre todo, destacan miles y miles de objetos que muestran cómo vivió un grupo de unos treinta o cuarenta cazadores-recolectores del Magdaleniense. Pero para Ontañón, lo «realmente sorprendente» es que estos individuos construyeron viviendas dentro de la cueva. «En Francia, Centroeuropa o Rusia se han encontrado estas estructuras habitacionales en lugares donde no hay cuevas, en el exterior, para guarecerse de la intemperie. Aquí, sin embargo, compartimentaron el interior de la cueva, una especie de arquitectura vernácula paleolítica, para desarrollar en un espacio segregado una serie de actividades», explica.

Ciervos, caballos y uros

Una de estas estructuras ha podido ser estudiada a fondo gracias al apoyo de la Fundación Palarq, que en 2021 otorgó su Premio Nacional de Arqueología y Paleontología al proyecto de La Garma. Los investigadores identificaron cada uno de los objetos arqueológicos existentes en la cabaña con una metodología innovadora, basada en la aplicación de técnicas no invasivas, como la cartografía 3D del campo magnético para ver dónde estaban las zona de fuego, el análisis genético de los suelos o la determinación de restos de fauna a partir de espectrometría de masas.


Un protoarpón de asta de ciervo aparecido dentro de la cabaña paleolítica


Proyecto La Garma

«Nuestra idea es mantener esta estructura tal y como la hemos encontrado. Estamos intentado hacer una tortilla sin romper los huesos. Todo lo estudiamos in situ, sin extraer nada de la cueva», indica Pablo Arias, codirector del yacimiento y catedrático de la Universidad de Cantabria.

Entre los más de 4.000 restos de animales, «hay sobre todo grandes mamíferos, principalmente ciervos, caballos, bisontes y uros, pero también corzos y cabras», enumera Rodrigo Portero, otro de los investigadores que ha llevado a cabo el ‘inventario’ de la cabaña. Igualmente, hay algunos huesos de pequeños carnívoros, como zorros y cánidos, y también de pájaros, peces y moluscos marinos recolectados en la costa. «Estos huesos eran procesados. Los animales eran descarnados para su consumo y se accedía al interior de los huesos para conseguir el tuétano», cuenta. Los restos quemados a distintas temperaturas sugieren que asaban la carne.


Falange de uro con grabados del propio animal y una cara humana, abajo


Proyecto La Garma

Una cara humana grabada

También se han documentado 600 piezas de sílex, azagayas, agujas y un protoarpón, instrumentos ligados a la subsistencia. Y hay también huesos decorados, entre ellos una varilla de asta de ciervo con relieves que quizás represente una figura humana, varios colgantes que sirvieron como adorno y una espectacular falange de uro perforada, con los grabados de la propia bestia en la parte superior y, debajo, una cara humana, una pieza única en el Paleolítico europeo. Todo ello está excelentemente conservado, dispuesto como fue dejado. «Ningún patrón parece casual. Todo sigue unas pautas culturales, que van desde la propia orientación de la estructura a las áreas de actividades. Hasta podemos observar conceptos de limpieza de la vida diaria: todo se empuja hacia la pared», añade García Noriega.


Colgante elaborado con una concha marina


Proyecto La Garma

Pero, ¿por qué hacer una cabaña dentro de una cueva? «Para estos grupos La Garma era un campamento base al que volvían después de irse a la montaña a cazar o a la costa a recolectar moluscos. A 15º bajo cero, es normal que buscaran refugio en una cueva. Pero que además invirtieran horas de trabajo y una parte de su inteligencia en compartimentar este espacio subterráneo y apartarse del resto del grupo, nos sugiere no solo una cuestión práctica, la de protegerse del frío, sino también comportamientos que tienen que ver con otro tipo de actividades más simbólicas o ‘artísticas’», reflexiona Ontaño. Quizás allí podían «contar relatos, bailar o cantar, pintar en las paredes…».

La Garma, incluida en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, es un testimonio excepcional del pasado de la humanidad, que conserva desde un bifaz de 400.000 años, coetáneo a la Sima de los Huesos de Atapuerca, a ocupaciones visigodas de hace poco más de mil años. En total, los arqueólogos calculan sus galerías contienen entre 300.000 y 400.000 objetos, además de un valioso arte parietal. Y puede haber mucho más. «La Garma nos va a dar información de la prehistoria durante los próximos cien años», pronostica Ontañón.

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